Gonzalo Beltrán
La Crónica de un pueblo
Que tiene genio y figura.
Eco de voces legendarias habitado por tanto jijueputa.
Un pueblo que debía tener en la entrada un monumento a la memoria de “La Cuyuche”

Por Bartolo JIMENEZ MENDEZ.
LA VIDA DE TEAPA tiene mu­chos enfoques, pero uno de el­los, el más importante, es la singularidad que los identifica dentro de un escenario común, con personas, indi­viduos disímbolos entre sí donde convi­ven la bohonomía pragmática y simplista del Gallego y el salero que destila el buen humor y la alegría por todas partes de la antigua estirpe andaluza de gitanos, el tea­paneco nace aquí, pero prefiere andar por el mundo como juglar de cantos a la vida como Damián Pizá, cruzando a nado el Canal de La Mancha o haciendo el doble de Steve Westmuller, en las escenas peli­grosas de Tarzán, El Hombre Mono, o del multifacético, José Incháustegui, vestido de forma estrafalaria y cantando haciendo muecas de locos con “Los Xochimilcas” Por eso, Gonzalo Beltrán Calzada, hu­manista de siempre; luchador social; ran­chero y abogado, utiliza la prosa, siempre ha escrito artículos y rimas satíricas que hasta tienen un corte clásico Lopevegiano, pero su fuerte es el humor y por eso ha recogido las expresiones que publica en su “Vida de Teapa”, que es el reflejo genu­ino de la nuestra misma y aquí, ningún ji­jueputa se escapa a como dijera el ínclito Macabil”.
Los personajes que figuran en la mar­quesina del libro, son aquellos conocidos de hoy y de ayer que de una u otra manera trazaron el perfil de la memoria histórica del pueblo y allí, salen a vivir de nuevo el licenciado, Adelor D. Sala, Esther “Cuyuche”, Chón Prats, Pancho Balboa, Pantaleón Incháustegui, Ramón Corne­lio, Lico Córdova, Marcelino González, Conrado Díaz, Lencho Mollinedo, Simón Bastar, Chón Rubio, Tirso Argüelles, Car­men Giorgana, Saúl Wade, Gustavo Prats, Leandro Ledesma, Tilo Ledesma, Luís Gurría y Jehová, Masho Méndez, Eduardo Cano, Geño Sánchez, Romeo Resendez y tantos otros que incluyó en sus historias a manera de caleidoscopio.
En Teapa se encuentra la ascen­dencia de hombres que se destacan por dedicarse al estudio y dejar huellas de su paso como don Félix Fulgencio Palavi­cini y don Andrés Iduarte, lo mismo que José María Bastar Sasso, Tilo Ledesma, Manuel Rosado González, Marcos A. Becerra y otros que no escribieron nada, dejaron impresa su presencia en el tiem­po, los destellos de su inteligencia sal­tarina como Marcelino y Pepe González, que eran unos platicadores extraordinar­ios, mentes de una lucidez inigualable y cuentan los espíritus chocarreros, que don Manuel Llergo, era una reencarnación de aquella espontaneidad tan impresionante de Marcelino González, mente que cual­quier referencia, por superflua que fuera, le imprimía un exquisito tratamiento ver­bal . Simplemente platicaban; desgranaba ideas y enfoques distintos. Por eso los más elevados espíritus universales ni siquiera escribieron nada, han platicado sus his­torias y sus pr el barrio de incipios filosó­ficos como Sócrates y Homero, por decir algunos y a la postre resultan los más leí­dos.
De niño conocí a Gonzalo Bel­trán, cuando mi padre, Hidalgo J. Gurría González, era objeto de un acto de rapiña de un personaje a base de la usura y el agio multiplicó los intereses una ocasión, cuando mi padre se encontraba echándose unos lapos(tragos) en compañía de don Víctor Díaz y de su primo, Luís Gurría, en local que hacía de bodega y tienda de don Lencho Mollinedo, en el barrio de Es­quipulas, llegó don Humberto García, el usurero con un documento que avalaba la cantidad de $2 500.00 (Dos mil quinien­tos pesos M/N) cantidad que mediante el dolo, engaño y la mala fe, convirtió en 25 mil pesos, que en esos tiempos era una fortuna. El pago fue reclamado por esa cantidad y el juez estaba a punto de dictar el desahucio para poner la propiedad en remate. Los abogados que habían defen­dido el caso que por cierto fue bastante sonado en Teapa por muchos años, sus honorarios y mi padre se encontraba prác­ticamente arruinado y fue entonces cuan­do por recomendación de don Pepe Prats Salazar, que quería a mi padre como un hermano, intervino Gonzalo Beltrán, que por esos tiempos terminaba la carrera de derecho, había decidido continuar sus estudios en la edad adulta y su actuación fue definitiva, entendió el problema y se percató que no era individual, sino que de esa manera se expoliaba a muchos propi­etarios para robarles sus propiedades ava­ladas por un legalismo artificioso y actos parecidos a lo que sucedió con mi padre al firmar un documento que luego amparaba una cantidad exorbitante.
El abogado planteó el asunto ante el gobernador, Carlos Madrazo y le aclaró que no pedía dispensa sino justicia y de­bido a eso, se investigó y el documento se anuló por apócrifo y de esa manera, Gonzalo Beltrán, el abogado y humanista, salvó de la desgracia a muchas familias que se encontraban en las mismas condi­ciones y de una calidad intachable y ética en el desempeño de su profesión.
Por cierto, continuando con el hilo de las historias que cuenta en su libro, hay otra de don Conrado Díaz, que quedó al frente del cabildo y dos más que eran mi padre, Hidalgo Gurría y un tal Chalo Valencia, carnicero, al que le decían “El Sapo”, cuando don Carlos Gutiérrez Gur­ría, viajó a la ciudad de México y como la travesía era larga, entre caminos y barcos de Villahermosa a Centla y de allí a Vera­cruz,, tardaría bastante tiempo en regresar, así, uno que otro día, andaban de farra cuando al pasar por el mercado, un per­rito le ladró a don Conrado, que molesto echó mano a su pistola y le disparó excla­mando: “Perro insolente, como se atreve ladrarle al presidente”.
Otra cosa singular ocurrió en esos tiempos de ausencia de don Carlos Gutiér­rez, cuando se tenía que celebrar la cer­emonia del grito de independencia y ya se había llegado el momento de pronunciar las tradicionales palabras, pero don Con­rado Díaz, no era político sino ranchero y menos aún, cuando traían una conviven­cia etílica de una semana, cuando trató de hacer uso de la palabra, sólo alcanzó a bal­bucear:
¡Hidalgo!...Hidal...go y al no poder continuar en ese tenor se dirigió a mi pa­dre.: ¡Hidalgo, pásame la botella!
Había tiempos- comentaba sereno y reflexivo don Manuel Llergo- que en Tea­pa se amanece con ganas de pegarse un tiro o de tomarse un trago y que el día que a la mierda le pongan precio, los pobres se quedarán sin culo afirmaba golpeando la mesa de la cervecería del Coleto don Ramón Cornelio.
En La Vida en Teapa, el autor retrata ese perfil pragmático del gallego que sin mayores adornos habla sobre lo que le conviene y de las cosas que le interesan; son simplezas que caen en lo chusco y ni siquiera dichas para provocar la risa, como esa de la carnicería que atendían el amable y gentil Lencho Padrón y el gro­sero y vulgar Sapo Valencia, cuando dos señoras se quejaban amargamente del mal trato que recibía y entonces, una pregunta-¿Cómo está tu carne Lolita?- Muy buena hermana-le contestó-¿No vez que me la despachó don Lencho? “Pues la mía está de lo peor, a mí me tocó el sapo”.
El autor toca esos hilos umbilicales de la idiosincrasia criolla de un pueblo con raíces castizas, como Teapa y recuerdo en mi niñez, como en el 54, apenas puedo delinear las imágenes pero que quedó fijo en conjunto, en la calle, Joaquín Córdo­va, por primera vez en mi vida, me im­presionó a pesar de mi corta edad, por lo vistoso del vestuario, guitarras, pandere­tas y sombreros adornados con plumas y capas y sobre todo, las redondillas que entonaban a la manera andaluza y por allí en el conjunto estaba Lenchito Sala, don Chón Rubio, Bilín Quintero, Moncho Me­dina, Incháustegui y un nutrido grupo que hacían las cosas con gracia y donosura, por eso el teapaneco tiene sangre gitana andaluza por lo bullicioso, hablantín, píca­ro, tenorio y borracho, al grado que aquel individuo que solo tiene esposa y ninguna querida, es visto con desconfianza por los amigos y hasta en su casa.
La otra cara es lo pragmático de la to­zudez gallega, que el licenciado Gonzalo Beltrán, traza de un solo golpe de lápiz en una de sus tantas historias, como la del ranchero que envió a su hijo a estudiar a la capital y quince días después, metió lo con­cerniente al mes en el sobre y lo envió con el siguiente texto: “Para mi hijo que estu­dia en la Universidad Nacional de México” Ya se imaginará usted las risotadas de los empleados de correo encargados de clasifi­car las cartas por zonas postales, colonias y calles, los puso en un brete debido que al mes, llegó otra y otra igual, hasta que a las oficinas centrales, llegó un muchacho de aspecto provinciano preguntando donde le podían informar sobre cierta carta, el encar­gado imaginó de inmediato que se trataba de aquellas cartas rezagadas - ¿Podría in­formarme si me escribió mi apá de Teapa?- ¡Como no idiota!.Le dijo el cartero ¡Esas dos cartas que tengo guardadas no podían ser más que para ti!.
Los relatos están plagados de cosas se­mejantes que ocurren en Teapa, como esa del tío Chemane y que no le ponía mosaico a su casa debido a que los conejos que criaba en grandes cantidades no tendrían donde hacer sus madrigueras. Mi eterno reconocimiento para Gonzalo Beltrán, obsequiar de su pluma esa joya tan preciada de un valor inmenso.

1 comentario:

  1. Hola buenas noches, donde se puede comprar o encontrar el libro "La vida en Teapa"?
    si alguien sabe favor de hacerlo saber al correo airam.inchaustegui@gmail.com

    ResponderBorrar