DESCARTES
Yo no creo en la democracia


Por: Ernesto Sanabria Aguilar
e-mail:
netosanabria@hotmail.com
  • ¿Tenemos en México los gobernantes que merecemos?
  • Mercachifles de la política cambian enseres por votos


Mucho me he resistido a pergeñar una columna editorial por mi tendencia natural a huir del protagonismo. Nado mejor tras bambalinas, aunque reconozco que a veces mi fuero interno se ahoga en vanidad cuando alguien elogia mi discreta pluma. No soy ni remotamente un laureado periodista, pero puedo jactarme de ser un librepensador que ha hecho migas con la palabra escrita y creo poder hablar un poco de todo, contrario a tantos que hablan mucho de nada.
Harto ya de leer una prensa facciosa, de ver portadas y titulares tendenciosos, decidí salir del anonimato para intentar elevar el nivel del debate público. Para quienes poco o nada saben de mí, he de presumir que tuve el enorme privilegio de abrevar de grandes periodistas desde mis años mozos: Trabajé en Perspectivas con el Monstruo Totosaus y su excelente equipo de colaboradores encabezados por Carlos Jorge Ramos, Gabriela Gutiérrez y Rodolfo Lara; en Clarín con los entrañables amigos Memo Hübner y Teodosio García; en Malecón con Bartolo Jiménez y José Luis Lara; en Jaguar con la Doctora Emery Hernández y Armando Guzmán; en La Verdad del Sureste con Alberto Pérez Mendoza y Samuel Soto… He recorrido también las redacciones de los diarios Rumbo Nuevo, Avance, Novedades, Presente, Olmeca y muy brevemente Tabasco Hoy (el único del que me han despedido, por haber osado corregir al entonces jefe de Redacción, “El Negro” Zúñiga, cuando se empecinó en que el nombre “Chico Che” debía acentuarse, ignorando que los monosílabos no llevan tilde salvo ciertas excepciones, que no era el caso).
Algo he aprendido desde entonces, así que con absoluta propiedad pretendo en este espacio expresar libremente mi humilde opinión sobre determinados temas en boga. Doy por nombre a esta columna el de un personaje que me arrobó con su Discurso del Método hace algunos ayeres y a quien tengo en un pedestal por su pensamiento preclaro.
Quiero, pues, aprovechar mi incursión como columnista —sin pretender ofender ni equipararme a las “vacas sagradas” del periodismo tabasqueño— para declararme antidemócrata. Sé que esta afirmación resultará obscena para muchos, mas pido la venia del caro lector para argumentar mi postura:
Definitivamente yo no creo en la democracia como una panacea a nuestros males ancestrales, aunque no puedo dejar de reconocerla como el único camino para recuperar la dignidad de una sociedad vejada por la clase política dominante.
Tengo la convicción de que la democracia sólo funciona en las sociedades desarrolladas y desafortunadamente la nuestra dista mucho de serlo. Cita el adagio que los pueblos tienen los gobiernos que merecen. Nada más atinado, pues los mexicanos aún somos incapaces de discernir cuáles son las mejores ofertas electorales, de tal manera que fácilmente nos dejamos engañar por mercachifles de la política que nos truecan cuentas de vidrio por votos.
Por la vía de la democracia llegó a la Presidencia el más inepto de los candidatos en los comicios de 2000, un oscuro personaje de cuyo nombre no quiero acordarme; fue a través del “voto popular” como Felipe Calderón, el “Presidente del Empleo”, sometió a Andrés Manuel López y a Roberto Madrazo; los gobernadores Mario Villanueva, José Murat, Mario Marín y una cauda de sinvergüenzas defraudaron a sus electores enarbolando la bandera de la democracia; Gregorio Arias, José David Ascencio y Sebastián Izquierdo se sentaron en la silla edilicia de sus respectivos municipios sin más méritos que el haberle vendido a la ciudadanía una imagen falsa de políticos honestos.
Ejemplos de todos los colores hay muchos, así que ocioso resultaría extender la lista para argumentar que en México la democracia no se ejerce con sensatez; por el contrario, ha servido únicamente para convalidar imposiciones y disfrazar de redentores a quienes lucran descaradamente con la necesidad del pueblo, engatusándolo con machetes, molinos, cubetas, láminas y demás enseres que “regalan” a dos manos, con la velada la intención de recuperar por miles esa inversión cuando ostenten el poder que les sea conferido por la vía del voto.
En síntesis: mientras sigamos siendo un país con bajo nivel educativo y cultural, mientras los padres no nos preocupemos por cultivar en nuestros hijos el gusto por la lectura y el conocimiento, mientras los medios de comunicación sean dirigidos por empresarios metidos a políticos, mientras la sociedad no deje de extender la mano para pedir dádivas, la democracia en México será un mero instrumento de la clase gobernante para seguir sometiendo al pueblo.
MÉTODO: Próximamente abordaré sobre la insana costumbre de calificar a un candidato o a un gobierno con base en su disposición para repartir dádivas y no en su desempeño al administrar con eficiencia y responsabilidad los recursos públicos. La experiencia nos ha demostrado que no siempre el más popular es el más preparado para gobernar. Espero recibir críticas, prometo aceptarlas de muy buen talante. Gracias, respetable lector.

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