Luis Antonio Vidal
Alguien se preguntará por qué mientras el juicio popular incinera con sobradas razones la reputación del ex líder sindical José Ramón Díaz Uribepor enriquecerse con el erario del Colegio de Bachilleres, integrantes del SICOBATAB – organización saqueada hasta en sus entrañas- aún veneran al nuevo recluso.
Nadie en su sano juicio se explica qué les dio de beber Díaz Uribe a los sindicalistas, a grado tal de otorgarle pleno poder para perpetuarse en el cargo y disponer de los recursos a su libre albedrío.
Lo que sea de cada quien, no puede regatearse que ese sindicato era suyo de su propiedad de él, como dijera el maestro Rafael Cardona en alusión a los afanes de exactitud de un obcecado yucateco.
A los cada vez menos seguidores de Díaz, con Jaime Salazar a la cabeza, sólo les falta plantarse en el reclusorio de Villahermosa y corear a Joserra la porra de los Pumas de la UNAM, esa del “¡Cóóómo no te voy a quereeer!”.
Encuentro una y sólo una justificación a esa mórbida reverencia: las suculentas mieles de la seducción abrevadas por los maestros sicobateños de las manos de Díaz Uribe.
Cómo no lo van a querer, si a lo largo de 13 años de dirigencia, a maestros y personal administrativo les gestionó ganar más y trabajar menos; multiplicó jugosos bonos; redujo responsabilidades laborales; y otorgó préstamos a granel (con dinero público que al pagarse terminaron en cuentas bancarias personales).
A los delegados sindicales les untaba la mano con una compensación mensual sustraída del botín atracado a la institución; regalaba carros en los festejos del sindicato; justificaba faltas de maestros; obsequiaba plazas; vendía libros, uniformes y hasta chicles en los planteles.
Su firma tenía más valor que una orden del director general.
Y cómo no lo iban a querer, si con sólo el chasquido de sus dedos se archivaban expedientes de maestros acosadores y se solapaba a cientos de haraganes protegidos en un falso sindicalismo.
Todo ese poder y esas prebendas se compraron con dinero de la institución suministrado por los mismos funcionarios, cómplices del atraco.
Hizo cuanto pudo para crear esbirros a cambio de chuparle el hueso a Bachilleres y dejarlo en artículo mortis.
Engaño y desencanto
Combatidos los protagonistas de esta especie de Isla de la Fantasía, cuya vigencia dejó millonarias ganancias a su líder y familiares, ha empezado a surgir en la masa laboral esa natural añoranza por aquel tiempo de milonga e impunidad.
Sin el yugo opresor del remedo de dictador, algunos habrán entendido el daño irreparable causado a la educación de miles de egresados desde hace 13 años. ¿Cuántas aulas quedaron sin equipar y cuántas horas se perdieron sin clases?
Al igual que el marido engañado, los trabajadores fueron los últimos en enterarse de la patraña de su líder preso: a ellos les daba sólo migajas de la fortuna mal habida que se embolsaba cada treinta días.
Ese grito de guerra de los pumas universitarios, lanzado con alegría y a veces tristeza en CU, empezó a desvanecerse en el ánimo de los sindicalistas sicobateños al ver la realidad del embuste. Sólo un puñado de ellos estaría hoy dispuesto a abrir el pecho por el soberbio caído en desgracia.
¿Y cómo no te iban a querer Joserra? Si los maiceabas con unos cuantos granos y sucumbían ante tu alcahuetería de una burocracia improductiva, mientras te llenabas el buche con costales de oro.
Un buen día se acabó la farsa.
Un buen día se empezó a extinguir esa gratitud obrera construida con espejitos por un maestro de la simulación.
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