Erika Salazar Conde
Imagina que tienes un hijo, si ya lo tienes, imagínate quitándote el pan de la boca, trabajando de sol a sol para él. Lo ves crecer con el orgullo de tu sacrificio y lo imaginas un día llegando alto, mucho más de lo que tú pudiste llegar. Sabes que el sufre por no poder estar contigo y tú a la vez sacrificas su presencia con la esperanza de ver coronada la espera cuando algún día lo llamen “maestro”; porque como tú no pudiste estudiar, en la calle te hacen de menos, en los grandes festines tú no tienes lugar, y existen un sin número de cosas a las que jamás tuviste acceso y no quieres lo mismo para él.
Lo has visto partir tantas veces con el estómago vacío, y ha logrado llegar hasta la carrera aun cuando pedaleaba horas en bicicleta para ir a la escuela, cuando se enfermó y no le compraste sus medicinas, cuando se levantaba de madrugada e iba con sus ropas rasgadas en épocas de frío, y se pasaba el año con una sola libreta para todas sus materias; o a qué a veces, cuando te mandaban llamar a su escuela, no podías ir porque no tenías dinero, o no tenías donde dejar a sus hermanitos o no te dio permiso el “patrón” o a la “patrona”.
Imagina que en tu casa no hay televisión, ni tienes celular, pero te avisaron que tu hijo está detenido, que paso “algo” y “que se lo llevaron al ministerio público de Iguala”, dejas todo, pides prestados unos centavos y corres con la policía. Nadie te da razón, vas a la escuela, preguntas a otros padres y todos están igual que tú, tienes hambre, ya entro la noche, y nadie parece saber nada.
Después de algunos días te enteras que dicen en los noticieros que ya apareció tu hijo; el corazón te da un vuelco, pero dicen los demás que en una “fosa común”, como no entiendes muy bien el español le preguntas al de al lado – ¿qué es eso?- y te responde que es “donde tiran muertos”. No lo crees, no lo entiendes y corres a preguntar sin soltar la foto con su rostro ¿dónde está tu hijo? ¿A dónde lo llevaron? ¿Quién se lo llevo? Un reportero se para y te pregunta, hechas a llorar, le cuentas como era tu hijo y le pides ante una cámara que si te está viendo que regrese, que lo extrañas, y no hay respuesta.
Ya llevas días enteros ahí sentado, y cada vez que llega alguien te acercas a ver si hay noticias, no has podido comer, ni piensas en bañarte, no logras hallar descanso ni de noche, ni de día. Por momentos te sientas a recordarlo, a llorar desconsoladamente y a preguntarte: ¿por qué? ¿Por qué se lo llevaron si a él solo le gustaba jugar futbol? ¿Por qué si el solo quería ayudar a sus hermanos menores? ¿Por qué si solo buscaba un mejor futuro? ¿ porque si solo quería ser maestro? Tu hijo podría ser Yosivani, el menor de 7 hermanos, que salió de la secundaria con un promedio de 9.8 y estudiaba para maestro porque el dinero no alcanzaba para costear otra carrera; o podría ser el “frijolito” que desinteresadamente dono su sangre a un enfermo que ni conocía; o Jorge que hace unos días cumplió años y hablaste por teléfono con él y le prometiste hacerle su comida favorita, el mismo que te cantaba y tocaba la guitarra mientras hacías tortillas.
Imagina a tu hijo caminando lleno de miedo por un camino obscuro, empedrado y solitario y a punta de pistola; imagina que lo hincan y lo hacen a cavar su propia tumba, mientras oye cómo van matando a sus demás compañeros, sabe que él puede ser el siguiente. Le rompen los huesos, lo rocían con algo que él no sabe que es… y le prenden fuego. Queman sus sueños. Tus sueños. A tu amado e inocente hijo. Luego lo cubren con ramas y tierra y lo abandonan. ¿Pero sabes qué? afortunadamente esta historia no es la tuya. ¡No eres tú ni es tu hijo!
Hoy no te tocó a ti, hoy lloran en casa del vecino, pero eso no debería significar que permanezcas impávido, apático, insensible. Las injusticias llegan por todos lados y cuando menos lo esperas te ves envuelto en una de ellas, y será entonces cuando desearas que tu voz gastada tenga eco en los demás que tienen mejor suerte que tú.
Tus condolencias, mis condolecías y los “perdone usted” de la clase política que encubrió a los asesinos no sirven de nada, inclusive la propia aplicación de la justicia de poco puede servir cuando se trata de sanar dolores como este, pero al exigirla al menos nos daría la tranquilidad de saber que nos unimos como pueblo, y que sus muertes no fueron del todo en vano. Solo les pido un favor!! No dejemos solas a estas familias ahora que más nos necesitan. ¡Ya basta!
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