Alcaldes pierden el poder y ni sus colaboradores los “pelan”

Daniel Becerra Conde
Como Cenicientas que esperan las doce campanadas para regresar al mundo real, luego de haber disfrutado una efímera pero satisfactoria vida de lujos y riquezas, algunos de los presidentes municipales de Tabasco comienzan a sentir la pérdida del poder, que se les va diluyendo conforme se incrementa la efervescencia del proceso para elegir sus reemplazos.
Apenas hace un año andaban como niños con juguete nuevo, cuando los esquiroles de siempre les celebraban hasta las flatulencias que les provocaban sus opíparas viandas y se carcajeaban de sus chistes sin gracia.
Hoy, a menos de un año de que se conozcan los nombres de los próximos tlatoanis, les invade la nostalgia por aquellos días en que eran el centro de atención y ejercían el poder a plenitud. Hoy, en la agonía del segundo año de su trienio, lamentan no haber hecho más de lo que hicieron. Hoy, que ya no pueden cambiar la percepción del pueblo, sienten el peso de la historia que se escribirá sobre su gobierno.
Y es que a estas alturas de su administración, lo que no hicieron en su primer año y en lo que va de este, ya no lo harán en el próximo, pues estarán más preocupados en llevar agua a su molino y en impulsar a sus delfines que le cuiden las espaldas, que en gobernar para todos.
Ciertamente, tres años son muy pocos para atender las demandas populares. Son tantos los rezagos sociales que en un trienio es imposible resolverlos y mucho menos dotar de los servicios municipales a toda la población. Máxime que a los cargos de elección no llegan los más preparados sino los más populares, y éstos no siempre (por no decir nunca) son un dechado de virtudes.
De tal manera que el primer año se les va en aprendizaje, en conocer el tejemaneje de la cosa pública, en hacer obritas intrascendentes mientras aterrizan sus “mega proyectos” y en reacomodar sus piezas dentro de la administración municipal.
El segundo año es para los avezados el más productivo, el que les permite consolidarse como buenos gobernantes y que con un buen manejo de imagen les allana el camino para futuros proyectos políticos. Aunque para los timoratos es el de mayor complejidad, porque si no saldan al menos la mitad de sus compromisos de campaña están condenados al ostracismo político… si no es que a la cárcel.
Entrando en la recta final del segundo año, una vez homologados los procesos electorales estatal y federal que adelantaron los tiempos de precampaña, si los alcaldes no logran mantener el control político y sus delfines ni pintan ni dan color, se vuelven apestados y ni sus allegados les hacen caso, pues están más entretenidos en construir su propia candidatura o en congraciarse con el puntero de las preferencias.
Para estas fechas en que inicia la revisión de las cuentas públicas del año anterior, muchos alcaldes andan más preocupados por lo que hicieron que por lo que dejaron de hacer. Es decir, no piden queso sino salir de la ratonera.
Otros, en cambio, lamentan que no les haya tocado el beneficio de la reelección, aprobada apenas en junio pasado por el Congreso local, para gobernar otros tres años y terminar con la quinta y los mangos del presupuesto municipal.
En fin, unos sufren porque se van, otros porque ni sus colaboradores los pelan, otros más porque se les acabará pronto su minita de oro, y uno que otro porque sabe que esta experiencia fue su debut y despedida de un cargo de elección.  

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