Historias de la cárcel de la 27 de Febrero

  •  “En este lugar maldito donde impera la tristeza, no se castiga el delito, se castiga  la pobreza”.

Pedro Jiménez Torres

Cuco Sánchez junto con los rancheros cantantes mexicanos, elevó a solemne himno carcelario que refleja una verdad de cualquier cárcel como lo fue la de la calle 27 de Febrero. “La cama de Piedra” no es una metáfora, es un hecho a tal grado que en donde se duerme, por ser de material, se les llama “piedras”. Esta cárcel que lo fue, hoy es una estructura solitaria, helada por el vacío y silencio que saturan los espacios y esas áreas que antaño tuvieron una vida diferente a la de afuera, aislada, limitada, coaccionados a espacios reducidos, con voces soeces propias de un lugar no deseado como estos, de los reclusos que le vale madres hablar a como quieren salvo en los días de visita o las otras, más íntimas, las conyugales. Los que se fueron hoy, fueron los reclusos, el andamiaje típico ahí está sin voz aparente y ese silencio que habla mucho en la estructura de concreto y rejas de fuerte grosor, ahí está –como la Puerta de Alcalá- en la calle 27 de febrero de esta ciudad de Teapa. Se le llamó no tan atinadamente: Cárcel Municipal de Teapa.JUAN VICENTE CANO CANO siendo Presidente Municipal en el trienio 1986-1988, que no culminó por irse de diputado local, (el 88 lo gobierna Jesús Mollinedo García, padre de la ex priista Tey Mollinedo Cano) fue quien ordenó el cambio de la cárcel del palacio municipal en pleno centro a la calle 27. Y es que esa del palacio ya era un desmadre entre presos y la gente de afuera aparte de su sobrepoblación, que le gritaban los de adentro a los de afuera, lo que fuera -según era el sapo era la pedrada- o pedían favores o dinero al que pasaba. Esa cárcel era, lo que es hoy recursos humanos, administración y desarrollo, y la parte de Atención Ciudadana, la ocupaba el Juzgado Mixto de Primera Instancia donde se ventilaban asuntos penales y civiles.
La cárcel después en la 27 de Febrero, entra en funciones en el año de 1987 en el lugar donde antes estuvo el rastro público de la ciudad. Cano Cano la cambió le echó talacha y acondicionó para lo que fue hasta el presente 2016 que dejó de funcionar como tal y los reclusos fueron dispersos a Tacotalpa y Macuspana.
Hay recuerdos más amargos que dulces, anécdotas dolorosas, muertes violentas de hombres y una mujer se cuentan. Ahí, convivieron ladrones, violadores, homicidas, culpables y no culpables, en un espacio de 13 por 7 aproximadamente donde se construyeron baños, lavabos, áreas de visita conyugal, una celda-cocina colectiva, otra de pocos reclusos y otra para una sola persona especial por los recursos monetarios y era el que mandaba desde comandantes, policías, custodios, hasta los chalanes reclusos de mala muerte, que compartían el pan en un área de comedores de cemento y otra, que la utilizaban como espacio de esparcimiento y para el secado de ropa.
Solamente era de júbilo cuando alguien salía libre pero de espanto, cuando llegaba alguien nuevo, porque el grito era ya conocido:¡¡¡YA PARIÓ LA LEONA!!!! Una anécdota de buen sabor de boca, de bastante altruismo y bendiciones, fue las muchas visitas que daba Doña Juanita la tamalera todos los fines de año junto con su marido don Toño, que llegaban a regalar tamales a los reclusos. Una tradición por años seguida por esta señora que vive por el camino a Nicolás Bravo y que su madre ya la practicaba y al morir esta, ella la siguió. Pero “La jaula aunque es de oro no deja de ser Jaula”, me dicen. Y se lo creo.     

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